lunes, 13 de febrero de 2012

Wole Soyinka o el eclecticismo africano

Enjuaga tus pies,

bajo la sombra perruna de esta tierra.

Wole Soyinka, Al amanecer, 1967.

Introducción: Soyinka, un africano por elección propia

Existen quienes estipulan que los más notables hijos de África contemporánea no pueden hacerse llamar exclusivamente africanos, después de la presencia de la colonización en este continente (Mballa, 2009, Varela, 2000). La identidad del africano a nivel psicológico, político, educativo, cultural y referencial, pertenece a una tradición biplanar en la que, como en una moneda, existen dos caras; en una, se encuentra la herencia de la africanidad pura, y en otra, una serie de discursos netamente occidentales. Más que vástagos de África, según los que defienden este argumento, los africanos de la era postcolonial son los súbditos de un dios Jano que hibrida la industria, el armamento, los sistemas políticos, y los modelos institucionales de Europa y de los Estados Unidos, con formas rituales, modales y de organización social, estrictamente africanas. Por ende, no puede hablarse de un africano arquetípico o de un africano original, anclado a las lenguas y culturas del África pre-colonial, a partir de que discursiva y constructivamente hablando, el africano se concibe como una conjunción del animismo, la concepción temporal y espacial de las tribus más antiguas, y la estructura comunitaria en clanes, con la noción occidental del progreso. Como menciona Mballa (2009):

Durante la África post-independiente –entre los años cincuenta y sesenta-, la identidad del africano entró en una crisis de definición, marcada por la adopción de comportamientos de los colonizadores entre los africanos libres, y por nuevos diseños de relaciones internacionales entre las naciones africanas y las metrópolis, que ahora respetaban la autonomía del mundo africano (p. 1).

Basta con estudiar la vida de los más grandes intelectuales del África postcolonial para observar que, en su pensamiento filosófico, obras sociales e ideología política, resultan híbridos entre las formas occidentales y las africanas. Kwame N’krumah, prócer de la independencia de Ghana, por ejemplo, pretendió difundir un modelo de Estado que conjuntaba la noción de comunidad o “gran familia” africana, y la unión de todos los pueblos de África (panafricanismo), con el cristianismo de Occidente y las ideas marxistas de la Unión Soviética. No puede hablarse de una vuelta a la africanidad, ni en lo político, ni en lo intelectual, sin que esta recuperación de referentes africanos puros, no implique en el camino a la restauración de la identidad, la adopción de nuevos comportamientos de corte occidental. Por lo tanto, todos los movimientos de lucha civil, liberación nacional o pugna política que proliferan en África a partir de finales de la década de los cincuenta, que supuestamente defienden una exaltación a lo particularmente africano, no son más que herencias occidentales –los derechos humanos, la individualidad legal, la economía de libre mercado, o bien, el modo de vida socialista- que, abanderándose de una africanidad artificial, pretenden consagrarse como una ruptura con el colonialismo. El perseguidor y el perseguido eran más parecidos de lo que se pensaba; uno pugnaba por la independencia y otro, por la manutención de un modelo colonial, pero en usos y costumbres, europeos y africanos habían pasado a ser dos hermanos gemelos con un color de piel distinto.

Lo más curioso, sin embargo, vendría más tarde, cuando la pugna por una aparente defensa de lo africano, no sólo llegara a los terrenos de lo político y social, sino que trascendiera a discusiones de corte estético, lingüístico y literario. Sería entonces, que los poetas africanos se dividirían, según sus manifiestos estéticos, en dos bandos: aquellos que elegían ser promotores de la africanidad, y hablar por ende, de temas ancestrales, mitos fundacionales, y grandes pueblos del África pre-colonial, y los que, por el contrario, gustaban de escribir sobre las utopías de un posible progreso a la europea. En las formas, asimismo, también se presentaría esta división: existieron poetas que se propusieron rescatar las lenguas pre-coloniales (ewondo, swahili, bantú), y otros que, en cambio, decidieron escribir en los códigos que habían aprendido del colonizador (belga, inglés, francés y alemán). La aparente incongruencia, claro está, no se hizo esperar, y comenzarían a surgir poetas que, escribiendo en francés, hablaban de la añoranza a la grandeza africana, mientras que otros, conservando sus sociolectos natales, podían aludir a ferrocarriles y aviones, en sus textos. La poesía africana como género comenzó a tornarse, a partir de los años cincuenta, un collage paradójico donde no se establecía congruencia entre significados y significantes, entre lengua y sustancia. Se podía aludir al extranjero en la lengua madre, y a la africanidad en el anatema de un lenguaje extranjero. Por ende, no pasaría mucho tiempo para que los regímenes políticos africanistas, las dictaduras, y las asociaciones filológicas que pretendían el rescate de las lenguas pre-coloniales, emprendieran una lucha en contra de los poetas que, a pesar de creer en África, en su belleza y en su grandeza, decidieron escribir en registros europeos. No se tomaba en cuenta, sin embargo, que estos poetas tildados de traidores, deseaban llegar a horizontes meta-africanos, lo cual no lograrían escribiendo en sociolectos, y que al ser intelectuales, tenían una formación lingüística y cultural, más afín a la esfera referencial de Occidente, que al pasado africano.

El caso de Wole Soyinka, poeta nigeriano, es único en lo que se refiere a la definición de la africanidad, y a la edificación de poemas con tintes de protesta política. A diferencia de sus padrinos líricos, Soyinka no refiere a un arquetipo de africano portentoso y glorioso, ni a la negritud como construcción semiótica de le belleza africana (cosa que sí realizó Léopold Sédar Senghor en Mujer negra):

¡Mujer desnuda, mujer negra
vestida de tu color que es vida, de tu forma que es belleza!
He crecido a tu sombra; la suavidad de tus manos vendaba mis ojos

y en el corazón del verano y del Mediodía te descubro, Tierra prometida, desde lo alto de un puerto calcinado,

y tu belleza me fulmina en pleno corazón, como el relampagueo de un águila (Senghor, p. 33).

Más bien, Soyinka esboza un África insegura de su propia identidad, y en la que los pueblos son discriminados por sus propios hermanos de piel oscura, gracias a diferencias de ideología política, religión o nacionalidad. A diferencia de los utopistas, que se aferran a la modernidad como paradigma del progreso, y que escriben poemas sobre cómo África será, algún día, un continente progresista y seguro, Soyinka es irónicamente pesimista, sardónico y agridulce. Relata cómo África es una tierra de nadie, donde ni africanos ni europeos pueden enmendar la grave situación política de cada país, y cómo es que tras la colonización, no existió un proyecto político ni social tan fuerte como para dotar a las comunidades africanas de la cohesión necesaria para generar Estados autónomos.

Las letras de Soyinka resultan gravemente inconvenientes para los regímenes políticos que se erigían como una solución a los grandes problemas económicos y sociales del postcolonialismo. El poeta, no sólo critica al colonizador de antaño –al europeo, al estadounidense-, sino que también, condena al africano mismo, culpándolo de su propio subdesarrollo, de reprimir y encarcelar a sus connacionales, y de maniatar el progreso económico por medio de grupos subversivos, violencia civil y dictaduras opresoras. Soyinka, gracias a esto, se ha ganado el título de hablar como un “no africano” para los africanos, y de ser un luchador africanista, para los europeos. Es un activista lírico que no guarda lealtad a ningún bando más allá de su propia conciencia: “muchos son los críticos africanos que acusan a Soyinka de haberse olvidado de los nigerianos, y de escribir como un europeo, pero como él bien dice al respecto, el tigre no debe demostrar su tigridad, sino que parece tigre de tan sólo mostrarse; así, yo no debo convencer a todos de que soy un orgulloso africano” (Ingelmo, pp. 3-4).

La siguiente revisión de la poesía de Soyinka corresponde a un estudio crítico de su poemario Lanzadera en una cripta, de 1967, escrito en un periodo de dos años que el poeta pasaría en la cárcel (1965-1967), debido a diferencias ideológicas con el poder nigeriano. A través del análisis, tanto formal y estilístico, como de contenidos, de los poemas de Soyinka, se pretende demostrar que, a pesar de ser ampliamente criticado por escribir en inglés o por parecerse en su estructura más a la generación beat de los Estados Unidos, que a los cantos rituales del pasado tribal, Soyinka es orgullosamente africano, no porque su educación o circunstancia geográfica así lo dictaminen, sino porque él decide serlo. Decide escribir sobre los problemas político-sociales más importantes de África, y por lo tanto, se muestra como un africano crítico de su propio pueblo; es incapaz de beatificar una tierra llena de defectos, pero se muestra siempre como un luchador que desea una mejor circunstancia en Nigeria, y a nivel continental.

Vida y obra del poeta: un caminar ecléctico

Desear entender la lírica de Soyinka implica sumergirse en su vida ecléctica, donde África y Occidente colisionaban en la práctica diaria, casi tanto como lo hacen en la mayoría de sus poemas. Akinwande Oluwole Soyinka nació el 13 de julio de 1934 en Abeokuta, Nigeria, donde fue criado por una comunidad yoruba. De 1952 al 54 asistiría a la Universidad de Ibadán en su país natal, mientras que más tarde, tendría la oportunidad de viajar al Reino Unido, estudiando a partir de 1959, en la Universidad de Leeds. Desde muy joven, un problema de identidad se haría patente en Soyinka, y se imprimiría más tarde en sus primeras letras. Por una parte, era bien acogido por los europeos, quienes lo llevarían a formar parte de distintos grupos de teatro estudiantil, y más tarde, a poder escribir y actuar en el Teatro de la Corte Real del Reino Unido, pero por otra parte, no podía desligarse de una niñez que aludía, irremisiblemente, a las tradiciones animistas del folclor nigeriano. “Soyinka tenía un profundo compromiso cultural y de lenguaje con las personas de una tribu yoruba que lo había criado durante sus primeros años, pero a pesar de su amor por los ritos y modelos culturales de su niñez, no podía negar que cada vez parecía ser, más y más europeo” (Op. Cit., p. 5). Existen dos ejemplos concretos de esta hibridación de dos culturas, su compañía de teatro Máscaras (Masks, 1960-1961), encargada de representar en inglés, obras con temas africanos, como lo fue Una danza en el bosque (A dance in the forrest, 1959), escrita en suelo británico y estrenada en Nigeria una vez habiendo regresado de los años universitarios, y su poema ¡Oh, raíces! (1965). Éste último es un caso curiosísimo de eclecticismo cultural, ya que se trata de un poema en inglés medido en pentámetros (cinco sílabas tónicas) que refiere al verso shakesperiano, a Samuel Taylor Coleridge, o a Lord Byron, pero que en su contenido, relata un tema africano: el enraizamiento de un pueblo alrededor de su tradición, aun ante el asomo del avasallamiento de la cultura occidental.

Raíces, servid como ancla para mi quilla,

estibadme contra los vientos más rebeldes.

Sondead tiendas y hondas aguas nutrientes

como energía que calme mi sed eterna.

Cegados sean los arroyos, cieno a vosotras

os ahoga, maldiciones os estancan,

y viajeros junto a las charcas

buscan alivio. Sus tazas en las aguas

elevando burbujas de corrupción, fangos

de maldad, tumbas sin lágrimas ni endechas… (Soyinka, p. 23)

En la década de los años sesenta, Soyinka presencia el inicio de una guerra civil en su país. El conflicto comenzó por la pretensión de los territorios sureños nigerianos de una posible secesión del gobierno central, bajo el nombre de República de Biafra. En 1967, la región sureña de Nigeria se marca por genocidios (como el de Igbo) y por la persecución de los precursores revolucionarios. Soyinka no era exactamente un revoltoso, pero sus letras criticaban duramente al gobierno nigeriano. En su poema El viaje (1967), por ejemplo, se quejaba de la política del ejército nacional de cercar la zona sur del país, para no dejar salir a los ciudadanos de esta región, ni dejar entrar a los nigerianos del norte al área de conflicto:

He llegado al final del viaje,

pero me siento como si jamás hubiera llegado.

Tomé la carretera

que sube despacio la cuesta de todas las preguntas de los militares,

y que me lleva a descender a la tierra para poder entrar en mi casa.

Y le digo: oficial, yo sé

que mi carné está levemente mordisqueada, y que se ve perdida.

Y ese pez perturbado entre las linternas y las vainas susurrantes,

me dejó atrás en la mira (Ibíd., p. 34).

Su poesía se destacaba por ser reaccionaria, por lo que se volvió a partir de 1962, un perseguido político, que fue atrapado en 1967 por el ejército nigeriano y llevado posteriormente a prisión, en este mismo año. El juicio contra Soyinka lo acusaba de cargos que no había cometido. Se le asociaba con los conspiradores de Biafra, se le denunciaba la posesión ilegal de armas, y se le consideró traidor al régimen. Soyinka duraría en prisión hasta 1969, y escribiría en su estadía ahí Lanzadera en una cripta, uno de sus más valientes y controvertidos poemarios. Los años en la cárcel, sin embargo, marcarían notoriamente su visión de la vida, la política, el continente, e incluso, de las instituciones nigerianas. “Después de la cárcel, Soyinka pasa de ser un poeta y hombre de letras, a un activista político; (…) puede decirse que después de la prisión, su protesta lírica se vuelve mucho más bella, arriesgada y poderosa” (Ingelmo, p. 5). Se familiariza con los conflictos africanos, critica la intromisión de los grandes líderes mundiales en la situación africana con el único fin de sacar provecho de las crisis, y “usa como bandera los más altos valores de África –la unión del hombre con la naturaleza, la valoración del pasado y la solidaridad-, en cada uno de sus poemas” (Ibídem). Su poemario Especialistas y locos (Madmen and specialists, 1970), logró diseccionar el papel del dictador africano en la cultura popular; en sus dos novelas, Los intérpretes (1965) y Tiempos de anonimato (1973), habló de los africanos reprimidos y torturados por regímenes desconsiderados; y finalmente, en Ogun Abinam, o un poema largo (1976), refirió a cómo la identidad africana parecía desgastarse en medio de políticas neocoloniales e intervencionistas, por parte de los bloques hegemónicos de la Guerra Fría.

Amado u odiado, Soyinka ha vivido varado entre varios mundos, discursos e identidades. Se considera nigeriano, pero no simpatiza con la política de su país. Es un africano que no se identifica con los referentes arquetípicos de la africanidad, sino más bien, con la literatura europea, en sus formas, aunque sus temas recojan la sobajada identidad africana, en los prolegómenos de la globalización, de un olvido formulado por los discursos dominantes de Occidente. Tachado de inconsistente, Soyinka ha sido

(…) un poeta cuya educación no fue plenamente congruente con su fervor africano. Se educó en Europa cuando anhelaba ser parte de una comunidad yoruba, y tuvo el estigma de ser nigeriano y africano ante los europeos. Los críticos destacan que no es un africano, ni un nigeriano, pero tampoco un europeo. (…) Ante este tema, su debate con el gran precursor de la negritud, Paul Brians, se ha hecho patente. Para Soyinka, no es necesario ser negro para ser africano. Basta con tener un corazón africano y una identidad congruente con las causas del continente (Ibídem).

La gestación de Lanzadera en una cripta

El título del poemario más hermoso, imponente e innovador de Soyinka emana de una especie de auto-metáfora. A través de lanzarse a una cripta, Soyinka metaforiza la prisión nigeriana, que es una tumba en vida, un cubil de barro en donde las noticias más importantes de la vida política y las guerras civiles, distan mucho de las paredes silenciosas. El poemario funge como un gran canto de protesta que, curiosamente, jamás menciona la palabra “Nigeria”. Por el contrario, recoge experiencias de frustración, represión y búsqueda por la identidad personal, que podrían ser aplicadas a cualquier africano, no obstante fuese sudanés, sudafricano o saharaui. En la prisión de Soyinka, que es a la vez, una prisión física de podredumbre palpable, y un aprisionamiento del alma, establecido por la mordaza en contra de la opinión pública, los días son monótonos, fríos y pesadillísticos:

Dejo que la aurora sosiegue mis palabras,

languideciendo ante la espina de las primeras luces.

Mis pies almidonados están por desvanecerse en un azadón;

me cubro de las lombrices tempranas (Soyinka, p. 47).

Parece ser un suicidio lento; una sombra que se extiende lentamente sobre el alma del africano. Poco a poco, se pierde la identidad, la autoestima, los anhelos de rescatar al país propio y al continente entero, y se diluyen los ideales de los próceres independentistas. Las guerras civiles son, para Soyinka, una enfermedad incurable,

(…) una muerte lenta que se postra tan triste como la aurora,

una suave charamusca, un suave engendro que se resiste.

Un goce rápido que no se percibe, como un recelo;

un día tan desnudo como los barcos cargados que

se someten a una asamblea europea, cuyo rostro es de niebla,

y que despierta a los pescadores silenciosos, mudos, veloces (Ibídem).

Y el africano vive, a través de los ojos de Soyinka, en dos mundos, el del gozo de ser africano, marcado por el orgullo del pasado, por la riquísima herencia cultural de las tribus pre-coloniales, y por la diversidad de la suma folclórica, y el mundo del miedo, caracterizado por el tormento de regímenes absurdos:

Tengo dos pies que no son míos,

el derecho para el júbilo, el izquierdo para el pavor.

Tengo una madre que suplica, hijito,

jamás camines con tus dos pies,

porque los pies de otros hambrientos, aguardan

a que prosigas sin sentido, mi viajero (Ibídem).

La gestación de Lanzadera en una cripta, no puede limitarse al texto, que es desgarrador e impresionante, sino que debe recoger también el metatexto, esa historia de cómo Soyinka compuso sus poemas en la oscuridad plena, a la luz del látigo de la prisión,

ante gallos perversos y locos,

desafiando el progreso de los hombres,

como un prodigio de la hora más santa,

al alba (Ibídem).

Porque, al final, el poemario no se leería igual, no sería tan disfrutable, si se ve sólo como un epítome de la frustración humana, y no como la lucha personal de un hombre por descubrir su propia identidad, y por combatir la injusticia. En este aspecto, el poemario se suscribe a una larga tradición de textos escritos en la cárcel, como los ensayos de Antonio Gramsci, los escritos políticos de David Alfaro Siqueiros, o el último poema de Miguel Hernández en tiempos de la guerra civil española ( ese emotivo “la cebolla es escarcha, cerrada y pobre…”). Soyinka no es un poeta, sino un verdadero héroe, porque

(…) fabrica Lanzadera en una cripta con las manos sucias, con la decepción absoluta y con las uñas enterradas. No es el Soyinka que se ganó el Premio Nobel de Literatura en 1986, ni el intelectual connotado que viaja alrededor del mundo ofreciendo conferencias y emulando declaraciones políticas. No es un poeta, es un hombre encarcelado que, para culminar su obra maestra, tuvo que recurrir a los soportes más raros y peregrinos, al papel de baño, a las páginas de libros impresos, a las cajetillas de cigarro, y a las paredes de su celda (Gómez Toré, p. 2).

El eclecticismo estético del poemario

Lanzadera en una cripta es una extraña conjunción de forma y contenido en la que, el eclecticismo no es sólo base de una protesta que versa sobre un africano que parece europeo y que no cabe en ningún universo -ni en el africano, ni en el europeo- sino también, de la estructura misma de los poemas. Cada poema conjunta referentes africanos y alusiones a la cultura popular de Occidente, maquinando un juego estético único, donde un africano frustrado, pero irónico, se ríe de sí mismo y de su espeluznante circunstancia:

Mach 3.

Sí, lo calificamos tres veces:

una por el cuchillo,

dos por Maquiavelo,

tres… por la velocidad del sonido,

que rompe toda la verdad en los arrestos que caen en picada (Soyinka, p. 53).

La metáfora de Soyinka es imperceptiblemente fina, casi en tono arrogante. Se vuelve exclusiva para los cultos y desdeñadora de los barbajanes que, enfermos de poder, acaparan gobiernos e instituciones religiosas y militares. No halla respeto por líderes estadounidenses, ni por los africanos; todos son igual de repulsivos, de distantes y de atacables. Todos están sentados en un coloquio, con las manos atadas, esperando a que Soyinka lance los primeros tomates y embarre el rostro de los poderosos, suculentamente y sin respeto alguno:

Proyectos para poner en perspectiva:

Mao Tse Tung ha estado confabulando

con Chiang Kai, en la noche. N’krumah

ha firmado un pacto

secreto con Verwoerd, jurado también por Hastings Banda[1].

Está comprobado: Arafat

Está en flagrante secreto

Con Golda Meir[2]. Castro está borracho

Con Richard Nixon

Montones de anticonceptivos salen bajo la litera de los papas…

y falta por venir. (Ibídem).

Soyinka no tiene límites. Es un choque de trenes –uno que viene de Washington y pasa por Francia y Gran Bretaña, y otro, que es nigeriano-, que lanza un brindis chocante en contra de todo lo odiado. Vence sus grilletes a través de la sátira, y como buen fauno, conjuga su resentimiento contra la injusticia, con un grácil toque de genialidad lírica:

Amor y bienvenida, atrápenme en la casa,

como usurpadores que pasen mi copa en cada

banquete y brindis como si fuera, traidores,

la última de mis últimas cenas (Ibíd., p. 47).

La cárcel es, para Soyinka, un lugar tan ecléctico y variopinto como la circunstancia y la identidad africana. Es un lugar oscuro, donde difícilmente se puede verse a sí mismo. Los rostros están ocultos y perdidos,

y sólo queda una mirilla para ver a los vivos.

He entrado a hurtadillas en el patio de los lunáticos,

los condenados a cadena perpetua, los violentos y los desquiciados,

los tullidos, los tuberculosos, y las víctimas del sadismo y del poder, a buen resguardo de preguntas.

Hay un pequeño agujero cuadrado abierto en la puerta,

lo suficiente como para que pase el puño de un carcelero

manejando el cerrojo de ambos lados.

Y yo –con mi indiferencia, con mi grandísima indiferencia-

le eché una mirada furtiva a contadas y fugaces apariciones de una mano,

que apenas se veía, un torso,

un rostro, un gesto, o más a menudo,

una visión borrosa y caqui,

una espalda cuadrada de un guardia que esperaba para golpear, al otro lado (Ibíd., p. 22).

Pero, al final, Lanzadera en una cripta cierra con un connato de esperanza, donde el lector y Soyinka comparten la visión de un futuro mejor, en el que el prócer poeta declara: “ya vendrá esa promesa que está detrás de nosotros” (Ibíd., p. 23). Mientras llega ese futuro anhelado, bien se puede burlar del verdugo imaginándose qué sería, de pura casualidad, convertirse en él por un día:

Espero encontrarme algún día,

de nuevo con los espectros de lo que he dejado, en la trinchera,

anunciando: “soy un soldado”,

y disparando certero, sin titubeos,

con la carne en una mano, el pan en otra,

y la vasija de vino.

Y llevaría un racimo de pechos de mujer hermosa

bajo cada brazo,

y soltaría la solitaria pregunta:

¿sabes amigo, incluso ahora, el porqué de todo esto? (Ibídem).

La africanidad, a través del texto

Lanzadera en una cripta puede servir como una reflexión profunda sobre la crisis de la africanidad. Maneja cómo el africano del postcolonialismo, apresa y golpea a su hermano africano, en lugar de dignificarlo. No hay peor racista que el africano, porque el blanco siquiera, sabe diferenciar entre su piel pálida y la negritud, pero es humillante y ofensivamente hilarante, que el africano diga cosas como:

¿Qué tan oscuro es usted?...sí, escuchó bien.

¿Es usted un negro, negro claro, o negro oscuro?

Y yo no respondía:

Escuchando la voz del lápiz labial del otro lado, por la boquilla tubular,

sorprendido por su vileza (Ibíd., p. 11).

Porque… ¿qué se responde ante ese tipo de preguntas? ¿Qué se dice cuando se pregunta, si se es negro, o muy negro? ¿Hay forma de diferenciar entre el negro oscuro y el negro claro?

Su asentimiento era clínico y constante,

rayando en la frialdad de las luces y en el cinismo:

rápidamente, ajusté la longitud de onda y le dije:

soy una clase de sepia, sepia africano del Oeste,

y hasta reflexionando le dije:

eso lo certifica mi pasaporte,

y mejor guardé el silencio

con fuerza y acento hasta que se me acabara la bocina.

Y es que el africano, a través de los ojos de Soyinka, guarda un colonizador en el closet de su alma:

Facialmente soy moreno, madame, sólo, facialmente,

pero debería ver por pura curiosidad las palmas de mis pies y de mis manos,

porque son de un rubio oxigenado. La fricción ha causado

-muy torpemente, madame- que mi trasero sea negro, pero

no se equivoque, es porque me he sentado en un cuervo muy negro (Ibídem).

El alcance crítico de los poemas

La crítica que expone Lanzadera en una cripta no se limita al tema de la africanidad, del racismo, de la política regional, o de la guerra civil. También expone una crítica de la política económica, de la religión y de las estrategias gubernamentales de asistencia social en África. Y lo más suculento es que realiza esta crítica sin desasirse del humor ni de la cotidianeidad, casi por accidente, rumiando el desasosiego, pero enfatizando lo descabellado de la vida en África, donde nada parece tener sentido:

Porque me ha dado mi balance bancario

y lo único que he visto es un gran número en rojo.

Una página roja, lista para enrojecer toda mi vida,

un débito que cae abierto…

abierto como el crédito de siete años que me va a tirar

por una altura de siete pisos,

desde la séptima maravilla del universo a un mundo de bolsillo,

de la séptima maravilla a un programa de pago a siete años,

que es siete veces más grande que el séptimo fraude (Ibídem).

Consideraciones finales: la importancia de llamarse ecléctico

Si la poesía de Wole Soyinka se limitara al cántico yoruba o a la sublimidad de las formas europeas, la civilización actual en África y Europa se estaría perdiendo de un deleite sin fronteras. Soyinka representa la conjunción de dos tradiciones que, en un clímax, se convierte en lo mejor de dos mundos. Docto en la poesía occidental y en el inglés, pero asido a la protesta de un africano que no puede dejar de ver el mundo desde su africanidad, Soyinka es un poeta magistral, capaz de hacer al lector reír y llorar por igual, manteniendo un tono particular que no podría atribuírsele a ningún autor africano contemporáneo. Si bien Senghor dotó a la poesía africana de sublimidad y elegancia, Soyinka nos brinda una necesaria dote de desfachatez, no apta para todos los gustos, pero sí recomendable para los más puntillosos y críticos.

Prisionero nigeriano, africano y poeta europeizado, Soyinka es el resultado de esta identidad tripartita. No puede desligarse de ninguno de los aspectos que conforman su identidad, ni como ciudadano, ni como africano, ni como poeta. Y en medio de ese carácter híbrido, favorecedoramente ecléctico, su poesía es refrescante, porque aún en tiempos de crisis, guerra, prisión y angustia, hace emanar una sonrisa y se vuelve una experiencia incomparable.

Bibliografía:

· Mballa, Louis, A perspective of African identity through Mexico, Revista Voices of Mexico, CISAN-UNAM, México, 2008.

· Manrique Sabogal, Las armas poéticas de Soyinka, El País, 14 de enero de 2008.

· Gómez Toré, Luis, Lanzadera en una cripta, de Soyinka, Revista Nacional de Poesía, UNAM, México, 2002.

· Soyinka, Wole, Lanzadera en una cripta: poemario, Siglo Veintiuno, Seix Barral, Argentina, 1972.



[1] Verwoerd, Hendrik (1901-1966): fundador del apartheid sudafricano. Hastings Kamazu Banda (1896-1997): líder de Malawi de 1964 a 1994.

[2] Golda Meyerson (1898-1978): política y diplomática israelí.

martes, 16 de noviembre de 2010

La bestia entre las flores: Reynaldo Arenas y "Antes que anochezca"

Ver aquellos cuerpos, aquellos sexos, fue para mí una revelación:

indiscutiblemente, me gustaban los hombres.

(Arenas, 25)

Reinaldo Arenas no sólo representa una de las piezas clave para entender la literatura contemporánea en Cuba, sino también, un ícono de la cultura “gay” internacional. Más allá de ser un intelectual caracterizado por el uso de un lenguaje poético a través de su peculiar narrativa, ha sido considerado como un referente de la represión castrista contra la comunidad homosexual cubana, y una estampa de la “lucha gay” en América Latina. Durante su corta vida (1943-1990), ocupó sus letras como un arma en pos de la no discriminación, de la libertad sexual, y de los derechos de los homosexuales. “Antes de que anochezca” (1990), su última novela (autobiográfica), y escrita mientras el autor entraba en fase terminal de VIH (SIDA), es tanto una declaración personal de principios antes de la muerte, como una pieza sustancial de literatura “gay”, por sus continuas alusiones a la extroversión, a la subversión contra la “normalidad heterosexual”, al travestismo, y a la sensualidad. Se puede divisar el tema del homosexualismo como conductor diegético de la novela, así como una construcción estética predominantemente homoerótica. Se primacía, simbólica o explícitamente, el tema del varón que admira, desea, estimula y posee, sexualmente, a otro varón. A través de una “mirada homoerótica”, erógena y desenvuelta (la personalidad del “gay loca”), Arenas devela sus aficiones, temores, concepción de la tradición y la moralidad, visión de los roles de género y obsesiones. El análisis riguroso de “Antes de que anochezca”, a partir de este “filtro estético gay”, representa, además de una denuncia a la represión y a la dictadura, un viaje que mezcla la “carnavalización” con el mundo sinestésico del homoerotismo.

A manera de introducción… “Escritor, homosexual, disidente… ¡homoerótico hasta la muerte!”

Reinaldo Arenas pensaba morirse en el invierno de 1987. Después de haber recibido un diagnóstico terrible, su padecimiento de SIDA, había perdido todo hálito de vida. Fue entonces, que se aferró a un retrato de Virgilio Pinera, poeta cubano, y le rogó que le diera tan sólo tres años más de vida. Tres años, para escribir un testimonial, una autobiografía en la cual Arenas confesara qué ha vivido. Dos años y medio más tarde, estaría lista la novela Antes de que anochezca (1990), que es según Enrico Mario Santi (2003), un experimento peculiar (IX), en donde Arenas reafirma aquellos valores que compusieron irrevocablemente, su manifiesto de vida: “moriré siendo escritor, homosexual y disidente” (Arenas, 9).

La obra de Arenas emula las sensaciones, los colores, y las formas de la naturaleza (Vadillo, 2002). El autor utiliza esta particular imaginería para abordar en Antes de que anochezca, una temática fundamental en su vida y leit motiv de la novela: la homosexualidad. A través de sus páginas, la novela constituye un conjunto de relatos eróticos en donde se primacía el “homoerotismo”, que es aquella descripción y estética, en donde se alude a la relación sexual de dos individuos de un mismo sexo (27). Las páginas de Arenas no pueden separarse de la descripción homoerótica, como a lo largo de su vida, él no pudo –ni quiso- eliminar su gusto por los varones. Sin embargo, Arenas otorga una visión particular del homosexualismo, que mezcla la estética homoerótica de autores latinoamericanos de la llamada cultura gay (Vallejo, La virgen de los sicarios, Puig, El beso de la mujer araña), con la sinestesia y carnavalización del neobarroco cubano (Sarduy, Hernández Catá, Ballagas, Montenegro, Lezama Lima).

“Amarra a la vaca vieja, que ahí le va su toro negro”: Animalización inocente en la niñez homoerótica

Según George Bataille en El erotismo, la diferencia entre los animales y los seres humanos, en términos eróticos, es que mientras los primeros obedecen a su instinto para el consumo del coito, los individuos construyen psicológica y socialmente, una “noción erótica”, que trasgrede lo meramente instintivo, para enmarcarse en el panorama del deseo. Mientras el animal no asocia la relación sexual con un lazo afectivo, sino reproductivo, el ser humano obtiene más que el sosiego de la excitación hormonal, mediante el sexo. Exterioriza sus fantasías ocultas, sublima –en términos freudianos- aquella unión meramente biológica, para construir una segunda incitación, conflictiva y erótica. Según Freud en Esquema del psicoanálisis, la niñez constituye el puente entre el “gusto” animal, y el deseo “pulsativo” y erótico o “libido”. Antes de que anochezca rompe con el análisis freudiano de la libido en la niñez. El niño cubano del entorno rural, no construye una libido a nivel psicológico, sino meramente, a través del instinto. Mediante el gusto por la fricción genital, y por el placer de los sentidos, subyuga su deseo físico. Al no reprimirse en absoluto, no aprende a desear, sino que entra en un mecanismo de deseo-satisfacción poco erótico, y más bien pulsativo. Por tanto, como se satisface rápidamente, “desea poder desear más”, aumentar su incitación, y comienza a volverse adicto al deseo y al riesgo.

Antes de que anochezca es una novela escrita en retrospectiva, que comienza cuando Arenas, en su lecho de muerte, es presa de un “flashback” (analepsis) azaroso. El Arenas adulto, erótico, recuerda al Arenas niño, pre-erótico. El Arenas moribundo comienza contando la historia de un infante que no construye en torno a él una concepción erótica del “yo”, ni del “otro” (ver pp. 9-48). Por el contrario, es un individuo que busca el contacto sexual por un hedonismo involuntario; busca “sentir placer” por el “mero placer corpóreo”.

El niño Arenas no aprende a desear, ni lleva la pulsión a un nivel discursivo de deseo. ¿Por qué? Hipotéticamente, podría decirse que el niño no aprende a “desear”, porque “no sabe qué es no tener”. No se reprime en absoluto. Es anti-erótico en un principio, ya que sí siente, a nivel hormonal, el deseo del coito, pero lo subyuga consumándolo con animales: “no solamente las yeguas, las puercas, las gallinas o las guangas, sino casi todos los animales fueron objeto de mi pasión sexual, incluyendo los perros. Había un perro que me proporcionaba un gran placer” (Arenas, 39). El niño Arenas es inocente, debido a que no existe una construcción discursiva que lo reprima, que le diga que la zoofilia es inadecuada. Todos los niños del entorno, al fin y al cabo, tienen relaciones con animales. Y es común asimismo, gozar de experiencias “incestuosas”. Una de las primeras excitaciones de Arenas, es incluso con su tío: “Yo tendría entonces unos ocho años y me sentaba con él en la misma montura; inmediatamente que montábamos a caballo, el sexo de mi tío comenzaba a crecer” (40).

Arenas desarrolla más tarde, una noción erótica y un “superyó” represivo, tan pronto “desea” sexualmente, aquello que no puede poseer: “me gustaba ver aquellos cuerpos masculinos chorreando (al salir del río), con sus sexos relucientes” (Ibíd.). Desarrolla un complejo edípico con su madre, en primera instancia, “mi madre era una mujer muy bella, y muy sola” (17), pero después, comienza a desear a su abuelo. Más tarde descubrirá, que no desea precisamente a su abuelo, sino únicamente su sexo.

Mi abuelo se volvió, (…) comprendí que tenía unos cojones inmensos; (…) era un hombre con un sexo prominente y, sobretodo, con testículos gigantescos y peludos. (…) Durante mucho tiempo, sentí celos de mi madre, con mi abuelo; en mi imaginación, la veía poseída por él, él la violaba con su gran sexo, y sus enormes testículos; yo quería hacer algo, pero me era imposible. No sabía si sentía celos de mi madre o de mi abuelo, tal vez eran celos múltiples (31).

La violación a la madre en su imaginación, es la introducción al mundo de lo indebido. Al sentir la impotencia, los celos, y el deseo en última instancia, Arenas pasa de ser un individuo animalizado y anti-erótico, a convertirse en un ser erótico, cuyo deseo se centra en la admiración a las gónadas masculinas. El pene, en este punto de la diégesis, adquiere un papel preponderante. La fijación del portento del pene introduce a Arenas a un nuevo objeto de deseo: el varón. La pugna “superyó”-“ello”, no existe en el contexto rural cubano, en lo que respecta al sexo. Sin embargo, el niño Arenas sí comienza a desarrollarla, ¿por qué? Esto obedece a que a él, contrario a lo “debido”, le gustan los varones, y no las mujeres. Cuando descubre que su deseo se contrapone al discurso de virilidad y moral familiar de su entorno inmediato, adquiere inconscientemente, un contra-deseo, que lo motiva a reprimirse, a querer encontrar una válvula de escape. Es entonces, que Arenas comienza a masturbarse. No puede tener relaciones sexuales con los muchachos que lo incitan sexualmente, por tanto, se autorreprime a través de la masturbación: “descubrí el misterio de la masturbación; claro que, con tan sólo seis años, yo no eyaculaba, pero me deleitaba pensando en esos muchachos desnudos y frotándome el sexo” (25). Asimismo, es a partir de esta edad (seis años), que Arenas entra en una búsqueda continua e indetenible por el placer, por el experimento de nuevos sosiegos sexuales: “La etapa entre los siete y diez años, fue mi mayor erotismo, mi mayor voracidad sexual (…) me gustaban los hombres; (…) me gustaba verlos salir del agua, correr por entre los troncos, subir a las piedras y lanzarse”” (Ibíd.).

Cuando Arenas alcanza la edad de doce años, su psique consolida un discurso erótico pleno, que es en su particularidad, homoerótico, por la fijación que mantiene por el “pene del otro” y no por “su propio pene”, como es normal en la entrada a la etapa fálica (el descubrimiento del pene). “Me fascinaba el sexo de Orlando y él se complacía en mostrármelo cada que le era posible; era algo grande, oscuro, cuya piel, una vez erecto, se descorría, y mostraba un glande rosado que mostraba, a pequeños saltos, ser acariciado” (29). Desarrolla, entonces, un gusto especial por penetrar analmente, y por él a su vez, ser penetrado por otros: “(…) él me la metió, y después, a petición suya, yo se la metí a él” (29). Lo que al principio parece un problema para Arenas, pero a la larga, le resulta más incitante, es que pronto descubre que estas penetraciones, le generan un sentimiento de culpa: “sentía un enorme miedo, y dentro de mí, pensaba que habíamos hecho algo terrible, y que nos habíamos condenado por el resto de la vida” (Ibíd.). Pero, ¿qué prohíbe el encuentro con un varón en la mente de Arenas, considerando que creció sin establecimientos de prohibición sexual? Su culpa está en función de que mientras él disfruta la penetración se siente desconsiderado, ya que su madre no puede gozar del mismo placer, por la carencia de un hombre (el abandono de su padre). Su complejo edípico, tarde o temprano lo persigue: “(…) y mientras Orlando me la metía, mientras me cogía por detrás, yo pensaba en mi madre, en todo lo que aquella durante tantos años jamás había hecho con un hombre, y yo hacía ahí mismo, en la arboleda, al alcance de su voz que me llamaba para comer” (Ibíd.).

No existe un discurso moral o religioso como tal en el pueblo de Perronales (donde Arenas crece), que prohíba sus encuentros homosexuales. No obstante, la santería y los ritos sincréticos, hacen el papel de sistema prohibitivo y fomentador de la culpa: “cuando las médiums dirigidas por Arcadio, nos “despojaban” a mi madre y a mí de los malos espíritus, girando a nuestro alrededor, yo sentí un miedo terrible. Pensé que una de estas médiums (…) caería rendida y (…) revelaría ahí, delante de todo el barrio, lo que yo había hecho con Orlando” (30). En Antes de que anochezca, muchos jóvenes de las provincias, tal vez, durante la etapa “animal” o anti-erótica de la niñez, y por ende experimental, sienten cierta atracción por los falos de otros, sin embargo, esta fijación parece acabarse con el tiempo: “Orlando (amante de Arenas), se convirtió en un joven muy hermoso (…) se casó, y ahora tiene varios hijos y nietos” (30). ¿Por qué en Arenas el gusto por el falo de otros no es algo pasajero? Por la preponderancia que le brinda, desde los seis años, al pene, como centro erógeno de la otredad, como artificio proveedor de placer: “Darío era un muchacho atrevido (…) montado sobre un caballo, se sacaba su miembro, bastante considerable por cierto. Yo gustoso, contemplaba aquella maravilla” (28).

“Haciéndole ojitos al mundo”: hacia una estética gay

¿Cómo percibe un homosexual el mundo?, ¿cómo se es, vive, piensa, ama, y sufre, gay? En plena postmodernidad, lo que antes parecía impensable, ver a una pareja del mismo género intercambiando afecto, o anunciando públicamente su relación, ha pasado a convertirse en uno de los temas más emulados por la cultura de masas. Los medios de comunicación se han impregnado de productos comercializados por y para la comunidad gay, sobretodo, programas de televisión, revistas y espacios virtuales. De modo que pretende construirse y posicionarse a nivel social, una cultura del homosexualismo, una visión gay a través de la cual, el homosexual se auto concibe, y observa el mundo en el que vive, a partir de referentes concretos que expresan su personalidad, búsqueda y rebeldía erótica, tales como el travestismo, la exageración, el lenguaje altisonante, o la explicitud en las descripciones “orgánicas” del sexo (Eribon, 2002). Mira establece en La mirada gay (en Gays y lesbianas en el cine, 2007), que la obra de arte homosexual, posee una “estética gay” bien definida:

(…) se relaciona sobre todo con la pluma (lo pomposo), lo camp (abierto en su sexualidad), lo relamido, cierta elegancia, cierta sofisticación, y que muchos rechazan de plano. (…) Un gusto por la rebeldía y por la ruptura en las formas estilísticas, con la exageración de las situaciones narrativas, de hacer al “personaje gay” (o protagonista gay), el centro de la problemática, y en relacionar esta problemática, con el hecho de que sea homosexual. (45-47).

Según Mira, los elementos formativos de la “estética gay”, son: a) sofisticación en las formas de exposición, pero no en las formas mismas, ya que éstas rompen con lo clásico en elementos muy concretos, como los colores, tamaños o posiciones (en literatura, lo vemos en las descripciones y proporciones); b) una “problematización” de lo homoerótico, y c) un gusto particular por los cambios de identidad y de rol social. En la mayoría de los casos, la estética homosexual y el homoerotismo, parecen encontrarse en los mismos lugares, sin embargo, existen obras homoeróticas que no necesariamente se congracian con los discursos gay convencionales. Tal es el caso de Antes de que anochezca, cuyo contenido homoerótico es innegable, pero que no expone a los círculos sociales homosexuales como centros de sofisticación, sino más bien, como explosiones de exuberancia homoerótica. En la diégesis de Arenas, el homosexual no es un “caballero gay”, no es el queer que cuida su aspecto, de miradas y expresiones dulces. No. Para Arenas los homosexuales, son “locas”. No obstante exterioricen un afán por ocultar su lujuria, ésta será eminente tarde o temprano. El homosexual, para Arenas, es un ser altamente sensitivo, erótico y presa de sus deseos. “La homosexualidad se exagera en sí misma. Todos los seres se tornan homosexuales, o de menos deseantes, como en Leprosorio o en El color del verano”. Cabe señalar que Arenas no brinda una definición general y única del homosexual, sino una visión particularizada al homosexual cubano, que por su naturaleza extrovertida y carnavalesca, bien podría extenderse al homosexual caribeño, y tal vez en nociones más forzadas, al homosexual latinoamericano. “Trato el tema de la homosexualidad en esta novela (Antes de que anochezca), un tema reprimido en Cuba y casi por todo el género humano” (Arenas, 15).

¿Por qué los homosexuales de Arenas se dejan dominar por la lujuria? William Forster (2009) destaca que algunas obras de Arenas utilizan un mecanismo dialéctico entre la extroversión homoerótica e irreverente, pero secreta, y la opresión de un régimen homofóbico. “Arenas puede bien acusarse como una aplicación literaria y simplista del Eros y civilización, por la contraposición entre los regímenes y las fiestas homoeróticas, (…) muestra la disyuntiva del eros (homosexual), contra la civilización (orden)” (170). Sin embargo, Forster destaca que esta dialéctica no resulta tan simplista después de todo, ya que conforme las narraciones avanzan, toman un giro irónico, a través del cual, el régimen termina siendo más absurdo que el desorden lujurioso, y el homoerotismo desordenado, más sincero y ético que el régimen. Según Linda Hutcheon (De la ironía a lo grotesco en la postmodernidad, 2004), la ironía funciona como una trasposición, a nivel textual o discursivo. En la narrativa de Arenas, ocurren quiasmos eróticos. Los homofóbicos tienden a mostrar su homosexualidad oculta, y los homosexuales, terminan riéndose de su propia comunidad sexual, a manera de desfachatez o rebelión subjetiva. Exageran su subversión contra el canon homofóbico, a través del travestismo, la carnavalización, o el llamarse “locas”. “Recuerdo que Tomasito la Goyesca, se lanzó en plena guagua, desesperada por encontrar a un macho, a un soldado que por ahí pasaba” (127). Cuando Arenas describe a un homosexual que trabajaba en la Biblioteca Nacional (el “la Goyesca” de la cita anterior), parece denigrarlo más aún que los propios homofóbicos, pero no en un sentido despectivo, sino más bien, sarcástico: “Tomasito, la Goyesca, era una loca que trabajaba en la Biblioteca, al cual bauticé con ese nombre porque era como una figura de Goya; enano, grotesco y caminaba como una araña. Tenía una voracidad sexual incontrolable” (Arenas, 103). Según su taxonomía personal incluso, Arenas destaca cuatro tipos de locas. El primero, es la loca de argolla, que “es constantemente perseguido, arrestado en algún baño, (…) un homosexual escandaloso que insensatamente era arrestado en alguna playa” (Ibíd.). El segundo, remite a la loca común, que es “ese tipo de homosexual que en Cuba tiene su compromiso, que va a la cinemateca, que escribe de vez en cuando algún poema, que nunca corre un gran riesgo, y se dedica a tomar el té, en casa de sus amigos” (Ibíd.). El tercero es la loca tapada, que es la que se oculta tras un rostro homofóbico: “muchas veces eran aquellas mismas, las que reprimían a los homosexuales”. Y finalmente, en cuarto lugar, ubica a la loca regia, “una especie única en los países comunistas; (…) tiene nexos con el máximo líder o desempeña una labor de Seguridad de Estado” (Ibíd.).

Arenas se empeña en mostrar el absurdo de la discriminación y de la hipocresía social, a través de su dicotomía elemental: homofóbico y homosexual, que a final de cuentas, son la misma cosa. En Antes de que anochezca, Arenas como protagonista, vive sumergido en este sentido irónico. Por un lado, sufre la discriminación, víctima de la homofobia de su medio, pero por otro, se aferra en admirar a aquellos varones que lo excluyen. Irónicamente, se siente atraído por el discurso de virilidad del hombre –la galanura, la fuerza, la valentía-, y no por otras “locas” como él. En la novela, vemos esta dialéctica erótica cuando el joven Arenas se fija en su compañero de clase, Guillermo, quien de súbito le fascina: “violento, guapo, altanero, un poco enloquecido, que se sentaba detrás de mí y me pinchaba con su lápiz”. ¿Por qué Guillermo pinchaba a Arenas en el trasero? En el fondo, no obstante su bravura, se sentía atraído hacia él: “(…) aunque nunca llegamos a tener relaciones eróticas, llegamos a las miradas de interés y los juegos de mano” (28).

Forster cita otro ejemplo, el del pasaje del soldado. Cuando Arenas pide su exilio en el puerto de Mariel y es capturado, debido a su homosexualidad, se siente atraído por el soldado que lo tortura, quien según parece, tampoco lo repudia del todo. Forster destaca que, “en su descripción, la atracción sexual entre estos dos hombres es inminente, -el soldado homofóbico y el homosexual-. Aunque su complementación sexual no se consolida, debido a la irrupción de la homofobia circundante” (173). A través de Antes de que anochezca, Arenas ridiculiza al soldado, arquetipo de la virilidad, al volverlo homosexual. Homofóbico por entrenamiento y educado instigadoramente por el discurso militar, el soldado debe reprimir la homosexualidad, y no incluirse dentro de ella. Sin embargo, los soldados de Arenas están poseídos por la lujuria, y al no encontrar algo mejor que un muchacho para saciarse… bueno, como dice Augusto Monterroso, lo demás, ya es un silencio:

Un día Hiram y yo fuimos en búsqueda erótica hasta la Isla de los Pinos, y allí pudimos pasarnos a los regimientos enteros; los reclutas, desesperados por fornicar, tan pronto se enteraron de nuestra llegada, despertaron a todo el campamento. Los jóvenes, envueltos en sábanos, u otros, desnudos, iban a nuestro encuentro, y nos metíamos, en unos tanques abandonados, y armábamos un terrible estruendo (119).

“¡Arriba la revolución (homoerótica) cubana!”

En la estética de Antes de que anochezca, se otorga prioridad a las descripciones sinestésicas, es decir, a las que aluden a la adjetivación que refiere al uso de los sentidos: “La peste y el calor, eran insoportables. Ir al baño era toda una odisea, aquel baño era un huequito en el que todo el mundo defecaba; era imposible llegar ahí sin llenarse de mierda los pies con todo y tobillos, y después, no había agua para limpiarse. Pobre del cuerpo” (205). Estos constructos sinestésicos, se aúnan a las descripciones de las relaciones homoeróticas, para dotar al texto de una “sensibilidad” particular: “por ese entonces, yo me estaba cenando un amante negro buenísimo, (…) no podíamos hacer el amor en la casa de mi tía, porque me amenazaba con llamar a la policía, por lo tanto, lo hacíamos entre la maleza. El negro, cubierto de olor a hierba y oscuridad, me era aún más excitante” (203). Por lo general, la relación homoerótica “Arenal” (creada por Arenas), no remite a una belleza canónica o aristotélica (la bondad, la perfección, y la representación exacta de la verdad), sino más bien, a lo grotesco y escatológico (gusto por lo asqueroso). Si el encuentro sexual homoerótico es catalogado de “sodomía” e impureza, Arenas parece gritar desfachatadamente “sí, ¿y qué?”; el acto se exagera en su grotesquidad. Se hace más impuro, inusual, animal y escatológico: “Orlando me cogía entre un juego de moscas y olor a mierda, que parecían sumarse al festín” (29). ¿Para qué llevar el homoerotismo a la grotesquidad? Según Bataille, la voracidad en el homosexualismo y la promiscuidad, obedecen a la necesidad psicológica de mostrarse, de rebelarse contra una sociedad que reprime el discurso gay y fomenta la libertad sexual.

Arenas, por lo tanto, es un rebelde, que se opone a través de su literatura, a la homofobia “hipócrita” del pueblo cubano. Arenas dice que: “Fidel Castro declaró una vez, cómo debía de ser el comportamiento de los varones (…) los quería militares. Para él, los muchachos melenudos y libres, eran inadecuados” (202). Considerando que hay una “loca” reprimida, dentro de cada homosexual, el discurso de la virilidad emulado por el Estado en Cuba, es una completa farsa. La exageración extrema de la promiscuidad, mediante las experiencias sexuales de Arenas y de sus amigos, es solamente la denotación de esta gran farsa:

Un día empezamos a hacer un inventario de todos los hombres que nos habíamos pasado por aquella época; era el año sesenta y ocho. Yo llegué, haciendo unos complicados cálculos matemáticos, a la convicción de que, por lo menos, habría hecho el amor con unos cinco mil hombres. Hiram alcanzaba la misma cifra, aproximadamente. Desde luego, no sólo Hiram y yo éramos los tocados por este nuevo furor erótico: era todo el mundo (119).

Este es el medio que Arenas ocupa para completar su subversión política y moral ante el sistema, que se consolida mediante la publicación de novelas altamente estridentes y sin censura, como El color del verano. Hay que considerar, que en esta empresa de desfachatez, Arenas no está solo. Otros poetas de la época como Sarduy o Virgilio Piñera, se muestran en la novela, igual de sarcásticos con el régimen, y con otros homosexuales. Hay que destacar que en la “liberación sexual” de Cuba, no todos los poetas participaron. Mientras algunos como Hiram, Cocó, Arenas y Piñera pretendían ser lo más abiertamente homosexuales que se pudiera, otros como Lezama Lima, preferían ser “locas tapadas”. Arenas repudiaba la hipocresía de Lezama, e incluso destacaba que no la entendía[1]. Según Antes de que anochezca, Lezama invitó una noche a cenar a Arenas y a Piñera, con el fin de felicitarlos por sus logros literarios: becas y premios nacionales. Cuando Lezama le dijo a Piñera, “es un orgullo que usted represente a Cuba”, éste respondería “qué raro, yo sólo quiero recetarme un negro” (Arenas, 193). Los homosexuales Arenales, no son como Lezama, son como Piñera. No son gaylords, son locas. Se construyen, asimismo, dos estéticas diferentes, según el homosexual, una para el gaylord, y otra para la loca: “Virgilio prefería desplegar sus gustos hacia los más rudos, los negros o los camioneros; Lezama en cambio, amaba las tertulias literarias, las conversaciones de sobremesa en el café, y los hombres en extremo, cultos; tenía gustos helénicos. Pero para los cubanos, los gustos de Piñera eran más populares” (110). Para Arenas, ser un homosexual y autorreprimirse, es ser parte del sistema, es ser un engranaje de la gran maquinaría homofóbica de la dictadura. Si Lezama se “salva” de ser un cooptado, es porque en su literatura, y no en su persona, decide ser una loca. Sobre la publicación de la novela de Lezama más popular y deidificada por el canon, Paradiso, Arenas relata: “desde mi punto de vista, Lezama hizo aquí, un acto heroico publicando Paradiso en 1966. Nunca se ha visto una obra tan refinada y homosexual, tan rica en sus imágenes, tan latinoamericana, tan extraordinariamente compleja, tan criolla, tan cubana, y también, tan extraña” (Ibíd.).

Arenas establece, también, que la “revolución sexual” de la Cuba castrista, no se limitó exclusivamente a los homosexuales-loca, sino también a los “buga”, o heterosexuales: “todos estaban urgidos por coger, hacer el amor era lo más importante” (120). Pareciera que la Cuba de los sesenta, a través del retrato Arenal, fuese un paraíso sexual, y sobre todo, homoerótico: “lo más fácil era encontrar un amante. Llovían jóvenes cuya único fin era hacer el amor con uno; siempre había decenas de ellos dispuestos a irse con el que pasara a las casetillas de la playa de La Concha” (119). Por ende, el acto sexual juvenil, homosexual o heterosexual, comienza a amenazar el “orden público”, “la estabilidad”, “el progreso” y la “unidad nacional” que tanto enarbolaba Castro en sus discursos. “La juventud se unió en rebeldía, en un gran grito de rebeldía erótica” (118). El sexo se vuelve, repentinamente, una extraña amenaza para la dictadura.

Toda dictadura es casta y antivital, por lo que se vuelve represiva. Ve como su peor enemigo, a toda manifestación que vaya en su contra, toda vida es una manifestación en sí misma, contra el régimen dogmático. Era lógico que Fidel Castro nos persiguiera, que nos tratara de eliminar, que no nos dejara fornicar, y que nos retirara de la vida pública (119).

Y es cuando la dictadura de Castro alcanza su máximo carácter represor contra el homosexualismo, cuando la isla comienza a hacer del homoerotismo, una forma de vida:

El tren estaba repleto de cogidas, los actos sexuales tomaron todo, y abarrotaron todos lados; se realizaban relaciones en los sitios más insospechados, en cada baño, debajo de los asientos, en cualquier sitio. Una vez dormimos con unos reclutas a ras de piso, pero Hiram no cabía, por lo que debió masturbar a su oficial con los pies. Yo tuve la ventaja de poder usar las manos (118).

Arenas destaca, asimismo, que la explosión homoerótica trajo consigo, una discriminación terrible, articulada principalmente por los homosexuales reprimidos. “Una vez, llamaron a Tomasito en una playa. Fue un hombre que se tocaba el pene y que, según se veía, lo tenía erecto. (…) Cuando Tomasito se lo agarró, el hombre reaccionó de una forma violenta. Lo golpeó llamándolo marica, lo acusó de haberlo tocado” (120).

La cárcel representa entonces, en la novela, el máximo monumento al “anti-homoerotismo”. Caer ahí, por su fealdad, por su frialdad y por su “carencia de sentidos o sentimientos” (básicos en cualquier relación homoerótica), es la pesadilla de todo homosexual: “La relación sexual se convierte en la cárcel, en algo sórdido e inhumano que no tiene ninguna grandeza; (…) hubiese sido rebajarse. Cuando alguien en la cárcel se adueña de otro, se cree dueño de esa persona y de todas sus propiedades” (205). Este “anti-homoerotismo” es, para Arenas, la carencia total de un discurso erógeno, detrás de cada relación sexual. Es el “saberse ultrajado” a través del sexo, es el “ser penetrado sin querer”, “el ser violado”: “la relación sexual en la cárcel se hace bajo el chantaje, el sometimiento, la violencia, a través del crimen” (Ibíd.). Además, muchos presidiarios que “violan”, o que poseen a otros internos, los torturan a través de un “discurso anti-homoerótico”, que lleva al violado a la culpabilidad y a la desesperación: “le dicen entonces al preso, entre los presos y el propio sistema carcelario, que es un animal, que el sexo con otro hombre es lo peor porque es algo humillante” (Ibíd.). Si el gusto por una relación homoerótica es ocultarse “traviesamente”, la cárcel es el sexo ruin, evidente y ruidoso. Es el estruendo del gemido: “la cárcel es el imperio de los ruidos, ruidos de otros, ruidos que me habían estado persiguiendo toda la vida” (211). Cabe destacar, que la cárcel es una metaforización de la dictadura como régimen represivo. El castrismo, según la obra de Arenas, ha convertido a Cuba entera en una “cárcel gigante”: “en la Habana, vivíamos asfixiándonos” (145).

La represión al homoerotismo, según Arenas se dará cuenta, es ineludible en su curso de vida. Aun dejando atrás la isla, con su terrible régimen castrista, no termina el discurso anti-homoerótico. ¿Dónde se encuentra este anti-homoerotismo en Miami, o más allá del puerto de Mariel? En la enfermedad y en la muerte. La enfermedad y la muerte traerán consigo, la soledad y el estruendo que tiene la cárcel. “No podía creer que amigos míos hubiesen muerto de SIDA, me negaba a pensar que jóvenes bellos, semidesnudos, que retozaban tiernos, hoy fueran cadáveres” (285). Aún así, la enfermedad y la muerte en un sistema capitalista, no persiguen, de menos. Aíslan, castigan, discriminaban, pero no persiguen. Llegan de súbito, son castigos inesperados. Y esa es la bondad de Miami, que de menos a diferencia de Cuba, otorga el beneficio del azar, o el sueño de la fortuna: “la única diferencia entre el sistema capitalista y el comunista, es que el último no permite gritar y el primero sí. Yo estoy aquí para gritar mi historia” (308).

No acabes tan rápido, negro…” A manera de cierre: un homoerotismo “Arenal”…

Antes de que anochezca no es únicamente un grito de guerra, ni tampoco una autobiografía, sino que podría atribuírsele el título de manifiesto estético. Como en las llamadas “arte poética”, desde Catulo hasta las vanguardias, desde el modernismo hasta el nadaísmo latinoamericano, en Antes de que anochezca, Arenas expone su concepción personal del arte, de la vida y de la literatura. ¿Cómo se debe escribir? Anteponiendo las vísceras a la razón. La narrativa es, para Reinaldo Arenas, un eterno juego de los sentidos, un paraíso lúdico en donde el hombre puede sublimarse a sí mismo y escapar de los grilletes de la moral, del encasillamiento de los roles de género, de la inclinación política. La literatura es un campo de cultivo para los sueños, o bien, un confesionario sin castigo, en donde se puede gritar todo lo que se llegó a hacer alguna vez, sin asomo mínimo de la culpa. Antes de morir, Arenas pretende retratarse como un superhombre; un individuo que hizo lo que deseaba hacer, que no tenía trancas morales, políticas o religiosas, ni auto represión, que vivía entregado al deseo y al placer, anteponiendo la congruencia consigo mismo, a las normas convencionales de comportamiento.

El protagonista homosexual de Antes de que anochezca (el propio Arenas), pasa a ser además, de un superhombre que se enfrentó al líder perpetuo latinoamericano más longevo del siglo XX, Fidel Castro, a ser un “supergay”. Acorde a su propia clasificación de los homosexuales, Arenas es en sí mismo, una crítica a la homosexualidad burguesa y recatada (Lezama Lima y la “homosexualidad cooptada” en Cuba), al mostrarse desparpajado y “sexualmente voraz”. Arenas es una “loca”, sin embargo, es una “loca artista”. Es el homosexual que pretende hablar por todos los homosexuales, erigiéndose como “voz gay arquetípica”. Y. ¿cómo lo hace? Construyendo una estética homoerótica, a través de descripciones explícitas donde se acentúa la penetración masculina y la importancia del falo. Hay dos sujetos en el homoerotismo “arenal”: el sujeto, que desea, y el objeto, que es deseado. El sujeto es un homosexual que, “gay burgués” o “loca”, no puede contener su voracidad al ver un varón perfecto y vigoroso. El objeto, en cambio, es demasiado varonil como para aceptarse homosexual, sin embargo, es conducido por el sujeto al descubrimiento de su homosexualidad interna, de su súbito gusto por otros varones. Es por esto, que Arenas a lo largo de su novela, se enamora de militares, de atletas, de compañeros de clase que tenían gran popularidad entre las mujeres. No se siente atraído por “otras locas” como él, sino más bien, por “varones hechos y derechos”. Estéticamente hablando, esboza a estos varones como héroes griegos, hermosos y torneados. La “otras locas” –como Tomasito, “la goyesca”-, no son objetos de esa pasión desbordada, sino “un premio de consolación”. Son aquellos encuentros sexuales que “mitigan”, de alguna manera, la voracidad sexual, pero que no representan el deseo en todo su esplendor. Sin embargo, todas las “locas” integran a su manera, una “fraternidad”. En la dificultad de la persecución, muestran su solidaridad “unas con otras”. Se hermanan, se comprenden, y en última instancia, consuelan sus pulsiones sexuales, a través de tertulias eróticas.

Los “momentos homoeróticos” en la novela de Arenas, son engañosos. No son tan explícitos como parecen. Mientras en la “forma” son abiertos y explicados suntuosamente, en el “fondo” se hacen en la oscuridad, rodeados por el temor, y elogiando la clandestinidad. El homoerotismo de Arenas es, de esta manera, contradictorio: por una parte, no tiene reparo en describir con lujo de detalles el erotismo entre varones, desde la primera mirada hasta el coito, pero por otra, no habla en ningún momento de una “relación sexual plena”, en donde los homosexuales disfruten de sus encuentros sin estar asediados por un universo represor que los ahoga, conformado por la dictadura, por la moral, por la tradición, por la milicia y por la culpa.

Una constante en el homoerotismo “arenal” es la “animalización” del deseo erótico. En la niñez del protagonista, la salvajez del acto sexual es inconsciente. Conducido por el deseo ciego, el niño Arenas no tiene reparo en poseer animales sexualmente. Sin embargo, cuando Arenas se convierte en adolescente, y al llegar a la edad adulta, las cosas cambian. El deseo sigue siendo el mismo. La “voracidad sexual” sigue esgrimiéndose en el mismo calibre desatado de los primeros años, pero la posesión ilimitada del “otro”, ya es imposible. Ya existe un régimen que reprime esta “voracidad sexual”, y que no permite ahogarla con encuentros sexuales ilimitados. Y es entonces, que se articula una especie de “heroísmo gay”. Aquellos homosexuales que, no obstante la represión continúan siguiendo a sus pulsiones, se “beatifican” como congruentes. El “ser homosexual” se convierte en una lucha de dimensiones morales, políticas y sociales, pero también, en una lucha estética. Las novelas homoeróticas son reprimidas y todo aquello que ligeramente se asemeje a un encuentro sexual entre varones, debe ser erradicado de los anales literarios cubanos. Es entonces, que Antes de que anochezca se convierte en una causa literaria de grandes dimensiones. Cuida ser lo suficientemente explícita como para que Arenas, aún después de su muerte, extienda una “bandera gay” por encima de Cuba, capaz de molestar a los castos, de turbar a la milicia, de poner en peligro la congruencia del régimen castrista, y de lanzar un grito de guerra por el respeto del arte y cultura homosexuales.

Obras citadas:

-Arenas, Reinaldo, Antes de que anochezca, Tusquets Editores, México, 1999.

-Mario Santi, Enrico, Reinaldo Arenas: vida, obra, momento en Introducción crítica, en El mundo alucinante,

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-Vadillo, Alicia E., Santería y Vudú, sexualidad y homoerotismo: caminos que se cruzan sobre la narrativa

cubana contemporánea, Biblioteca Nueva, Cuba, 2002.

-Diez Cobo, María, Humor negro y carnaval narrativo en “El olor del verano o nuevo jardín de las delicias” en

http://www.ucm.es/info/especulo/numero35.rarenas.html (12 de febrero de 2009).

-Reinaldo Arenas: Biografía en El Poder de la Palabra: http://www.epdlp.com/escritor.php?id=1397 (12 de

febrero de 2009).

-Bataille, George, El erotismo, aspecto inmediato de la experiencia interior, sexualidad humana y animal (32-

43), y La transgresión como superación de lo prohibido (67-74) en El erotismo, Tusquets Editores,

México, 1997.

-Didler, Eribon, El tercer sexo, en Reflexiones sobre la cuestión gay, Anagrama, México-Madrid, 2002.

-Lizárraga Cruchaga, Xabier, Y sin embargo se mueven…, en Una historia sociocultural de la

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-Mira, Alberto, La mirada gay, en Miradas insumisas: gays y lesbianas a través del cine, Editorial Egales,

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-Calderón Vallejo, Fernando, Prólogo, en Yagruma: Amores prohibidos en tiempos de tiranía, en su edición

preliminar en http://www.literaturalibre.com/2008/11/28/yagruma-amores-prohibidos-tirania/, 13 de

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- Kulawik, Krzysztof. "Biblioteca Digital ITESM ." julio 2008. Prisma,

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-Forster, William David, The homoerotic diasphora in Latin America, en Latin American perspectives, No. 2,

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-Epps, Brad, Writing, Death, and the Space of the Subject (Between Michel de Montaigne and Reinaldo

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1995), pp. 38-55.



[1] Cabe destacar que el Lezama de la novela de Arenas, y lo que de él se dice, no deben asociarse necesariamente con el “escritor de la vida real”. Los juicios sobre Lezama son propios de Arenas, y deben considerarse como tales.